Todo empezó con un error de traducción. El noveno versículo del salmo 114 de la Vulgata –la versión en latín de la Biblia–, dedicado al culto de los muertos, comienza así: “Placebo Domino in regione vivorum” (“Agradaré al Señor en el país de la vida”). La frase en hebreo debería haber sido traducida correctamente y rezar: “Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida”. En el siglo XIII, la primera palabra del salmo pasa a ser toda la ceremonia de los muertos: se habla entonces de “ir a placebo”, de “cantar un placebo”. A las plañideras profesionales reclutadas para cantar durante los funerales a cambio de limosna, se las llama con desprecio “cantoras de placebo”, confiriendo al vocablo latino una doble connotación de falta de honestidad y de lisonja.
El uso de artificios en los tratamientos es una vieja cantinela de la que ya hablaba Platón hace más (...)