Año tras año, unos 50.000 peregrinos acuden a Diveyevo siguiendo los pasos de San Serafín (1754-1833). Allí, en medio del bosque, está la roca sobre la que el asceta ruso rezó durante días; un poco más adelante, el manantial helado en el que rellenan sus cantimploras y botellas y, al lado, el pequeño lago en el que los más fervientes se sumergen; finalmente, la plaza de la catedral frente a la cual todos se santiguan. Sin embargo, Sarov y su monasterio de la Asunción, verdaderos nodos históricos del santo situados a doce kilómetros de allí, son inaccesibles. La ciudad, que todavía hoy se conoce por el nombre en clave de Arzamas-16, está cerrada al público.
Diveyevo es una aglomeración urbana rodeada de alambradas vigiladas por patrullas militares, borrada de los mapas del país durante el periodo soviético, y cuyos habitantes fueron escogidos cuidadosamente para llevar a cabo, en el mayor de (...)