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Una España de penuria y de promesa

por Víctor Gómez Pin, agosto de 2020

Familia de esta tierra que
nos funde en la luz, /
los más oscuros muertos pugnan por levantarse
(Miguel Hernández)

Cuando en 1947, Gregorio López Raimundo (nacido en Tauste, Zaragoza, en 1914) vuelve clandestinamente a Cataluña para ayudar a rehacer la red interior del PSUC (estrechamente vinculado al Partido Comunista de España, pero con autonomía formal en la internacional comunista), hay clara conciencia de que se trata de poner en marcha una organización radical en lo social, pero también… en la defensa de la identidad cultural y lingüística de Cataluña; sin que esta segunda vertiente fuera vivida como difícilmente asumible por un catalán de origen aragonés como era López Raimundo.

“Hijo de una tragedia absurda y fratricida”, dijo en cierta ocasión el hijo de López Raimundo, refiriéndose a la muerte de un tío suyo por parte de los anarquistas, hecho que determinaría la posición política de sus padres. No aún de tragedia, pero sí de conflicto fratricida, cabe hablar cuando se trata del sentimiento de ser español, o el sentimiento de ser catalán que hoy tanto marca la vida de Cataluña. No siempre fue así. Hubo muchísimas personas nacidas y criadas en otras zonas de España para las cuales fue importantísimo el devenir no sólo político-económico sino cultural de Cataluña, y que marcaron en un sentido positivo la historia de esta comunidad.

Me viene todo esto a la cabeza tras la lectura del libro del periodista Enric Juliana Aquí no hemos venido a estudiar, que se adentra en la vida y el esfuerzo de personas vinculadas a la tragedia que España vive inmediatamente antes, durante y después de su guerra. El marco principal es un lugar tremendo y emblemático: la gélida cárcel burgalesa donde, en los años terribles, el franquismo concentró a muchos de los más significativos opositores al régimen. Allí se encuentran en 1962 dos comunistas, el vasco Ramón Ormazábal y el catalán-andaluz, Manuel Moreno Mauricio, confrontados por la muy diferente percepción que uno y otro tenían de la situación social y del grado de fortaleza del régimen. Moreno Mauricio (que había participado en la guerra española, la resistencia francesa y el maquis de Levante) había sido detenido en El Grao de València en 1946, condenado a muerte en 1947, y conmutada la pena por una circunstancia azarosa que luego veremos.

El funeral rojo

El libro de Juliana pone sobre el tablero muchas cosas que se entienden mucho mejor cuando se insertan en su contexto: por ejemplo, el poema de Jorge Semprún (Federico Sánchez en el PC) a Stalin, o lo que ocurrió en el debate “intelectual”, que desemboca en la expulsión del partido del mismo Semprún y de quien compartía su visión de las cosas, Fernando Claudín. Por cierto que este debate tuvo lugar en la localidad francesa de Arras, donde había sido fusilado el filósofo resistente francés Jean Cavaillès, quien, cuando un miembro del tribunal militar alemán le pregunta por las razones de haberse integrado en la resistencia, responde que, dado su amor a la Alemania de Kant y de Beethoven, con su actitud creía mostrarse fiel a estos, sus maestros alemanes.

No es ocioso recordar este comportamiento de Cavaillès, ya que el libro de Juliana evoca varios casos de dignidad, capacidad de resistencia en situaciones agónicas y ejemplos de solidaridad, que simplemente hacen contrapunto a la impostura que tantas veces caracteriza los procederes humanos. Es conocido que de esto también dieron testimonio en Mauthausen muchos internos españoles, que en la lucha contra el franquismo habían reforzado no solo su capacidad de resistencia, sino su capacidad operativa, por lo cual, infundiendo ánimos y estableciendo estrategias defensivas y hasta ofensivas, introdujeron en el infierno ese embrión de organización cívica, sin el cual la existencia propiamente humana es imposible; cosa en la que se esfuerzan también los prisioneros de Burgos.

El libro de Enric Juliana no oculta nada de las luchas, calumnias, acusaciones concretas de traición, y en consecuencia, desmoronamiento psicológico entre los internos comunistas. Pero también pone de relieve que cuando el caído en desgracia Joan Comorera, que fuera primer secretario general del PSUC, llega desgastado a la prisión (tras haber rechazado un pasteleo que le proponía el comisario de Barcelona Creix, con vistas a desprestigiar al partido), el “ortodoxo” Manuel Moreno impone que no se le haga el vacío, a la vez que personalmente se esfuerza por entender sus razones. Cuando Comorera fallece por una neumonía el 7 de mayo de 1958, “los presos formaron en las galerías y unos cuantos llevaron el ataúd sobre los hombros hasta las puertas de la cárcel. Por primera vez se despedía a un difunto en la prisión de Burgos sin responder al cura”.

Y desde luego he de evocar la reacción de personas de Vélez Rubio, pueblo natural del principal protagonista. Personas totalmente alejadas de su ideario comunista y que con gran dosis de imaginación se movilizan para ayudarle. Al final, tras 24 años de lucha clandestina y 16 años de cárcel, en apoyo de su mujer, María, enferma y psicológicamente afectada. Pero de entrada movilización para evitar que se lleve a cabo su paso por las armas. Sintetizo aquí la narración de Enric Juliana:

Moreno Mauricio era hijo del pastelero de Vélez Rubio. Uno de sus compañeros de infancia fue el después sacerdote del pueblo Juan, hijo del alpargatero. Juan estudia en el seminario de Almería y regresa como sacerdote a Vélez Rubio en 1943. Manolo ya no estaba en el pueblo. Años atrás había seguido con su madre la senda de tantos almerienses que buscaban trabajo en Cataluña, concretamente en Badalona, adonde se había desplazado también una gran parte del pueblo vecino de Vélez Blanco.

Pese a su condición de sacerdote, Juan no es para el régimen excesivamente de fiar, en razón de la filiación de su padre en la época republicana. Al enterarse de la condena de su amigo, Juan y su padre se desesperan, no saben a quién acudir, hasta que el cura tiene una idea luminosa. En ese año visita España Eva Perón. Su periplo incluye la ciudad de Granada, donde se alberga en el hotel Alhambra Palace. Rompiendo el protocolo, gracias quizás a sus hábitos de sacerdote, Juan se acerca a la mujer del dignatario y le entrega un papel. “‘¿Qué quiere?’, pregunta Evita (…). ‘Clemencia’, repite el sacerdote Juan Sánchez, conocido en su pueblo como el Cura Pitillo”.

Padre, ¿no ves que estoy ardiendo?

Antes de transcribir un segundo párrafo de la narración de Enric Juliana relativa a Moreno, he de citar un terrible texto clásico. En un momento de la Interpretación de los sueños, Freud pone en boca de uno de sus pacientes el siguiente relato:

Un padre asistió noche y día a su hijo mortalmente enfermo. Fallecido el niño, se retiró a una habitación vecina a fin de poder ver desde su dormitorio la habitación donde yacía el cuerpo de su hijo, rodeado de velones. Un anciano, a quien se le encargó vigilarlo, se sentó próximo al cadáver, murmurando oraciones. Luego de dormir algunas horas, el padre sueña que su hijo está de pie junto a su cama, le toma el brazo y le susurra este reproche: ‘Padre, entonces ¿no ves que estoy ardiendo?’. El padre despierta, observa un resplandor que viene de la habitación vecina, se precipita hasta allí y encuentra al anciano guardián adormecido, y la mortaja y el brazo del cadáver querido quemados por una vela que le ha caído encima”.

Y ahora el texto de Juliana al que hacía referencia:

“Mientras su padre [Manuel Moreno Mauricio] intentaba evitar que el PSUC explotara, su hijo Felip Moreno Sarriera murió una tarde de invierno de 1981. Gravemente afectado por la esclerosis múltiple, Felip apenas se podía mover tendido en la cama (…). Todavía podía mover las manos para encender un pitillo. Fumaba mucho. Un pitillo se le cayó de los labios y fue a parar a la almohada. Cuando su madre, que dormía la siesta en otra habitación, se dio cuenta, la cama ya estaba envuelta en llamas. Una muerte terrible que hundió a su padre. (…) perdía al hijo a quien no pudo ver crecer y la causa a la que había dedicado toda su vida se estaba degradando. Se mantuvo en pie, sin embargo. Eje vertical sobre la tierra. Ese modo de andar flexible, rápido y la mirada siempre delante, una mirada que ahora era triste (…). El PSUC murió en 1981 y no volverá…”.

Hay veces que indiscutiblemente una palabra y las metonimias a ella asociadas abre vericuetos por los que discurren los más abismales de los temores. Los velones rodean el lecho del niño del sueño de Freud; “Pitillo” es el apodo de Juan Sánchez, cura de Vélez Rubio, pueblo natal también de Manolo Moreno, que debe su vida a la tenacidad del primero; un pitillo es la causa del accidente que provoca la muerte del hijo de este último… A la par se quema un mundo: el mundo que había amanecido como promesa de fraternidad, confundida con la vanguardia de la vida espiritual, desde el arranque del pasado siglo.

La quiebra

Pero si personas como el protagonista de este libro podían jugar ese papel resistente que conllevaba una promesa de sutura, es porque tenían un proyecto; y tenían sobre todo la fuerza y el apoyo externo para sostenerlo, más allá de las proclamas ideológicas. Había un objetivo emancipador que podía hacer suyo todo aquel que se sintiera víctima de la explotación económica, la pretensión supremacista, fuera racial o de género, y la canallesca jerarquización de las lenguas. Corolario de la causa misma era llegar a la abolición de ese sistema de abusos imperante; por ello mientras hubo fuerzas para mantener la causa, el problema de la identidad en Cataluña estuvo razonablemente acotado; precisamente porque a nadie se le toleraba hacer declaraciones en contra de la lengua catalana, ni catalogaciones jerárquicas de lenguas y culturas que herían en su dignidad a comunidades enteras. Mas la fuerza para mantener el vigor de la causa se perdió. Se perdió, no solo en España sino en toda Europa, por no decir en el mundo; y en consecuencia reaparecieron los fantasmas:

Sin cumplirse aún dos años de la caída del muro de Berlín, en septiembre de 1991, Umberto Bossi anunciaba la creación de la “República de Padania independiente y soberana”, sustentada en el mero rechazo a un Mezzogiorno, al que Bossi se refería como indigente e intrínsecamente parasitario. Frases como las que han atravesado durante años el conflicto político de Cataluña tienen allí matriz, son retoños del “Roma ladra”, fraguado en ese primer cónclave de la causa padana, al que asistía por cierto uno de los dirigentes del incipiente independentismo catalán, coaligado entonces con una cronista barcelonesa que poco después se refería a Cataluña como a la “vaca que todo el mundo ordeña”.

Y entre nosotros, a la par que el concepto de España empezaba en ciertos periódicos a adoptar connotaciones que siempre dieron miedo al propio pueblo español, mientras ciertos columnistas tildaban a Montilla de “charnego acomplejado” y lacayo de los nacionalistas, en el bando nacionalista opuesto fermentaba el caldo espiritual que ha conducido a que hoy toda prudencia parezca ya superflua. Un ejemplo particularmente hiriente para muchas de las personas que evoca Juliana en su libro:

Sabido es que en la división Leclerc, que liberó la ciudad de París, jugaron papel destacado españoles de la llamada “columna nueve”, que permanecieron en el olvido hasta un acto de reparación del Gobierno francés, en agosto de 2019. Pero, haciendo contrapunto a ese homenaje, el presidente de la Generalitat, Quim Torra, sostuvo que la única aportación significativa de España a la Segunda Guerra Mundial había sido… la División Azul. Ofensa intolerable, incluso para tantos franceses que admiraron el comportamiento de los exiliados españoles, tanto durante la gran tragedia, como en ese pórtico de la misma que había sido el conflicto civil.

Una España de penuria y de promesa

La España resistente que libros como el de Enric Juliana evocan es una contradictoria síntesis de penuria y de promesa. Una penuria a la que fuimos porosos, y alcanzó nuestras entrañas, desde las cuales, sin embargo, apelaba a redimirnos de ella misma. Una España que el régimen intentó carcomer, quizás sin conseguirlo nunca en lo profundo. Y en algunas páginas el autor deja entrever que en la vida de las gentes, más que el peso del régimen, se constataba la perseverancia y tenacidad de un alma.

España, ni idealizada, ni dada por perdida u olvidada. España, que, en ausencia (para tantos exiliados por razones políticas, económicas o ambas a la vez), incidía como marca de hierro incurable, y que, en presencia, exigía guardar el rescoldo de su resistencia. España de Luis Cernuda, privada de “lo que el espíritu del hombre ganó para el espíritu del hombre a través de los siglos” y España de César Vallejo, “con su vientre a cuestas”, pero que de perderse, los niños del mundo ayudarían a recuperar: “Niños del mundo, / si cae España (…) si hay ruido en el sonido de las puertas, / si tardo,/si no veis a nadie, si os asustan/los lápices sin punta, si la madre/España cae –digo, es un decir– / salid, niños del mundo; id a buscarla!”.

© Le Monde diplomatique en español

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Víctor Gómez Pin

Filósofo. Catedrático emérito de la Universitat Autònoma de Barcelona.

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