Desde hace décadas, la cartografía tradicional reivindica el estatuto de “ciencia exacta” que se apoya en datos fiables. Se jacta de dar una imagen neutra y fiel de la realidad. Pero un enfoque de estas características pasa por alto la utilización política y social del mapa y su papel tanto de propaganda como de protesta. Desde comienzos de la década de 2000, y de modo desorganizado, está surgiendo una práctica cartográfica que se hace llamar “radical” (también se habla de “cartografía crítica” o de “contracartografía”), rica combinación de arte, ciencias, geografía, política y militancia social.
Los cartógrafos ortodoxos vieron con mucha desconfianza el nacimiento de los primeros proyectos exploratorios que hacían tambalear o incluso quebrar los códigos establecidos. “Se pueden ‘dibujar’ esquemas reductores que den la ilusión de síntesis y convertirlos en figuras de estilo pretenciosas –escribía un cartógrafo profesional en sintonía con una de las primeras exposiciones de este movimiento–. (...)