En el decenio de 1980, La Voz de Galicia llegó a ser un efímero diario de calidad gracias a Francisco Pillado, director entonces; se le ocurrió pegar un bando en la redacción: “Se prohíben los adjetivos. Si algún colaborador desea utilizar alguno, hable antes con el redactor-jefe”. Cuando éste soportaba una infracción a la norma, por trivial que fuera, el adjetivo resplandecía como un diamante en medio de la narración.
El poeta Antonio Gamoneda no frecuentó la escuela de Pillado. Si en este libro, su primera obra de narrativa, aplica sus mismas reglas es porque va sin perifollos, directo a lo esencial. Cierto que había cultivado la prosa en Libro de los venenos (1995), recreación de un antiguo tratado farmacológico, y en El cuerpo de los símbolos (1997), un ramillete de estudios sobre poetas y pintores. En ellas logró que sus personajes cobrasen una envergadura que no se consigue de buenas (...)