En 1769, el ingeniero húngaro Johann Wolfgang von Kempelen causó sensación en Europa al presentar al autómata más sofisticado de la época: una marioneta que jugaba al ajedrez. Apodado el “turco mecánico”, el autómata tenía la apariencia de un muñeco del tamaño de un hombre, con bigotes y turbante, sentado detrás de un enorme mueble que, al abrirlo, mostraba un delicado sistema de tubos, varillas y engranajes: un mecanismo al que había que darle cuerda regularmente con la ayuda de una larga llave, pero que, según su inventor, dotaba al autómata de una inteligencia artificial capaz de desafiar a la mayoría de los seres humanos.
De hecho, el “turco” jugaba bien. Durante su periplo por Europa, ganó la mayoría de las partidas que jugó: venció, entre otros, a Benjamin Franklin en París y al emperador Napoleón Bonaparte en Schönbrunn, durante la batalla de Wagram.
Pero se trataba de una superchería: detrás de (...)