Después de lo que se ha dado en llamar el derrumbe de los grandes discursos –cristianismo, freudismo, marxismo, estructuralismo– y a pesar de su supuesta muerte, la filosofía nunca ha gozado de tan buena salud. Y, al mismo tiempo, nunca ha estado tan mal... Bien, porque sin discontinuidades, se espera de ella que dé sentido y que responda a preguntas éticas y políticas, por ende, existenciales. ¿Cómo pensar, vivir y actuar sin puntos de referencia trascendentes en un mundo sometido únicamente a las leyes del mercado? Mal, porque ante esta demanda generalizada, la oferta permite que los mediocres, los mercaderes, los cínicos y los oportunistas, coloquen una serie de mercancías de contrabando.
Primer momento: miserias de la filosofía. En este universo tan despiadado como los demás –¡el sabio no se separa nunca de su daga y sus venenos!–, falsamente civilizado, pero verdaderamente brutal y salvaje, ¿quién legitima al filósofo? ¿Los estudios (...)