El pasado 12 de marzo, el primer ministro británico Boris Johnson anunció que iba a embarcar a su país en una apuesta un tanto arriesgada. En contraposición a la estrategia de medidas extremas de aislamiento social implementada por Italia y varios países asiáticos, el Reino Unido decidió “contener […] pero no erradicar el virus” con el fin de “crear una inmunidad de grupo” en la población, por lo que no contemplaba ni el confinamiento de la población, ni el cierre de centros educativos, ni tan siquiera la prohibición de grandes eventos, en particular del fútbol.
Ignorando el nivel exacto de contaminación que se necesitaría para lograr esa inmunidad de grupo (es decir, el porcentaje de personas que deberían contraerlo para frenar así la cadena de infección), los expertos del Gobierno británico consideraron que, en el peor de los escenarios, ese efecto se lograría si la infección alcanzase a un 80% de (...)