Obajana, en el estado de Kogi, en el centro de Nigeria. Cae la noche: en la planta cementera encienden el alumbrado. Mientras, a pocos pasos de las alambradas de espino y las torres de vigilancia, el poblado se sumerge en la oscuridad. Dos mundos separados por una carretera atestada de semirremolques. “A pesar de los enormes beneficios que obtiene de nuestro pueblo –explica Godwin Agada, un mecánico que lleva viviendo en este pueblo de chabolas desde hace veinte años–, nuestro vecino no ha hecho prácticamente nada por nosotros. Aquí el agua ya no es potable y han aumentado los casos de asma. Nos han excavado dos pozos, pero tragamos polvo. En resumen, seguimos esperando el progreso que nos había prometido la empresa Dangote”.
Aunque el malestar de las poblaciones hacia las multinacionales occidentales o chinas es habitual en África, la hostilidad de los habitantes del estado de Kogi se dirige contra (...)