Puede leerse como un cuaderno de viaje o un block-notes del etnólogo que, al regreso, en el espejo de la reflexión, va transformando las primeras notas y observaciones en un primer relato. Hay un eje que recorre la secuencia de lugares referenciados: ese fulgor que acompaña a las ruinas, el aura que las protege quizás porque por ellas ha pasado el tiempo, como diría Walter Benjamin.
Marc Augé vuelve a elegir una distancia que le permite dar a su observación un contraste objetivo. Son impresiones que se contraponen por su diferencia cultural. No es lo mismo recorrer el Tijal guatemalteco o recordar el Voyage au Congo de Gide, que volver a Roma o a la Acrópolis ateniense. En uno y otro caso, la sensación de lo pasado, de lo que fue, marcado ahora por el inexorable signo del tiempo. Es a partir de esta geografía abierta de lugares-ruina que Marc Augé (...)