En el prólogo Gustavo Esteva recuerda la consagración de la palabra desarrollo por parte de la Administración de Truman en 1949. Esa fecha marcaría el comienzo, por una lado, de la Guerra Fría y, por otro, la delimitación de las naciones desarrolladas de las que vivían alejadas de la industrialización. “Nunca antes una palabra había sido universalmente aceptada el mismo día de su acuñación política”. Ocurrió con ésta, y el emblema de la nueva hegemonía estadounidense quedó así inmediatamente establecido. Desde entonces la misión ecuménica de Occidente, como abanderado del liberalismo económico, ha sido la de imponer el “desarrollo” en todos los rincones del planeta.
El problema se origina cuando lo que para unos significa desarrollo se convierte en la devastación del medio ambiente y en la destrucción de la diversidad cultural. En El Tercer Mundo no existe, Ferran Cabrero, sociólogo y consultor del Programa de las Naciones Unidas para el (...)