En julio de 2009, cuando el presidente estadounidense Barack Obama recibió en la Casa Blanca a dieciséis dirigentes de organizaciones judías, la lista de invitados incluía caras conocidas: los presidentes y presidentas de viejas estructuras conservadoras como la Conference of Presidents of Major American Jewish Organizations, la Anti-Defamation League (ADL), el American Jewish Committee, y, por supuesto, el alma del lobby pro-israelí, el American Israel Public Affairs Committee (AIPAC). Pero había también una novedad, la presencia de Jeremy Ben-Ami, director ejecutivo del nuevo lobby judío pacifista J Street.
Esta presencia ciertamente no era del agrado de todo el mundo. En las publicaciones favorables a la corriente dominante y neoconservadora de las organizaciones judías, J Street despierta tan poca simpatía como Hamás. Así, en las columnas de Commentary, Noah Pollak calificó a la organización de “despreciable”, “deshonesta” y “anti-israelí”; James Kirchick, de The New Republic, la llamó “lobby de la capitulación” (surrender (...)