Una vez más, la República Popular Democrática de Corea (RPDC) mantiene en vilo al resto del mundo: lluvia de amenazas –ataque nuclear a Estados Unidos, rechazo del armisticio de 1953, “segunda guerra de Corea inevitable”– y baterías de misiles apuntando tanto a Japón como a la base estadounidense de Guam. A mediados de marzo, estalló la propaganda norcoreana, y los medios de comunicación internacionales, difundiendo con complacencia sus diatribas belicosas, sin medir la verosimilitud de esas amenazas, le dieron un eco desmesurado, para gran satisfacción de Pyongyang.
Tras haber practicado la confrontación bajo el gobierno de George W. Bush, Estados Unidos retomó bajo el gobierno de Barack Obama una estrategia de espera. Es preciso reconocer el fracaso de su política, así como la del presidente surcoreano hasta febrero pasado, Lee Myung-bak, quien pretendía hacerle sentir su autoridad a Pyongyang. La situación se tornó infinitamente más compleja de lo que era hace (...)