Saliendo de Pekín, el tren de alta velocidad chino (el China Rail Highspeed, o CRH, como lo llaman aquí) avanza a más de trescientos kilómetros por hora para llegar a Taiyuan, la capital de Shanxi. Esta provincia del norte de China, con sus carreteras congestionadas, su caótico tráfico de camiones sobrecargados que viajan hacia las grandes ciudades, fue durante mucho tiempo la principal productora de carbón del país, antes de ser destronada por la Mongolia Interior. Los pueblos se suceden, grises y tristes. Todo, o casi todo, lleva la huella del carbón. Los paisajes, por supuesto, pero también el hábitat, la naturaleza, los hombres –cuyos cuerpos y rostros están ennegrecidos por el trabajo en las minas– y el color del agua: el lavado del mineral después de la extracción contamina cada día más, tanto los ríos como las napas de agua, volviéndola no apta para el riego y el consumo.
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