El hombre ostenta una robusta barba blanca; todavía es buen mozo. Sale con esfuerzo de un taxi abollado y lanza miradas temerosas a su alrededor, como si viera fantasmas. Con los ojos pegados al suelo, avanza a paso lento hacia su casa, un chalet de una planta rodeado de un césped prolijamente cortado y ubicado en los alrededores de Dili. Cuando se acerca a la puerta, el hombre levanta lentamente la cabeza. Nuestros ojos se cruzan; él esboza una mirada pero no me ve.
Sin embargo, “mi padre no le tenía miedo a nada, era un ferviente defensor de la independencia”, me explicó, el día anterior, su hija Cris Carrascalao. Mediadora de resolución de conflictos en el ámbito de la infancia, Cris se acerca a los treinta años pero parece mayor. Estamos sentadas en un rincón aislado del Turismo, uno de los hoteles más antiguos de Dili, frente al mar. Al (...)