En diciembre de 1997, una delegación de talibanes encabezada por el mulá Mohammad Ghous aterriza por primera vez en Houston, Texas, por invitación de la compañía petrolera Unocal. La delegación recibe un trato exquisito por parte del grupo: alojamiento en un hotel de cinco estrellas, visita a la ciudad, a su zoológico, al centro espacial de la National Aeronautics and Space Administration (NASA), compras y cenas con Martin Miller, vicepresidente de Unocal, quien posteriormente viajará a Kabul y Kandahar.
Hay que convencer al nuevo régimen afgano de que adjudique a Unocal la construcción del oleoducto que ha de unir los yacimientos de Asia Central con Pakistán y la India a través de Afganistán. Un proyecto de 10.000 millones de dólares que despierta apetitos, como el del grupo rival argentino Bridas (los talibanes también serán invitados a Buenos Aires). “El problema era que los talibanes no tenían ni idea de lo que era la industria del petróleo. Tuvimos que dar muestras de pedagogía”, dijo posteriormente Miller. Con Unocal haciendo de guía y mentor, los nuevos amos de Afganistán volverán a Houston en varias ocasiones. También visitan Sugar Land, en Omaha (Nebraska) y posteriormente Washington.
El 20 de agosto de 1998, en represalia por los ataques a las embajadas estadounidenses en Tanzania y Kenia unos días antes, el presidente William Clinton ordena el bombardeo de los campos de entrenamiento de Al Qaeda en Afganistán. Cesan las visitas, pero Unocal mantiene el contacto. En julio de 2001, cuatro talibanes regresan discretamente a Houston para reanudar las negociaciones. Lástima que los atentados del 11 de septiembre den al traste con las conversaciones. Veinte años más tarde, Unocal ha sido absorbida por Chevron, pero resurge el proyecto del oleoducto. ¿Se verán de nuevo talibanes por Houston?