“Esta angustia en el momento de empezar. El miedo a las palabras”, anotó Ingmar Bergman (1918-2007) en sus Cuadernos (1). Legados por el cineasta al Instituto Sueco de Cinematografía, ofrecen, tras Laterna Magica, Images y el monumental volumen de sus archivos (2), un auténtico diario de su trabajo creativo. Desde sus comienzos como guionista en 1944 hasta su última película (Saraband, 2003), este hijo de un pastor luterano trabajó incansable y conjuntamente para el teatro, la ópera, el cine (una o dos películas al año en la década de 1950) y la televisión. Estas mil páginas descubren a un autor inmerso en sus tareas cotidianas: esbozos de argumentos, desarrollo de guiones, a veces abandonados en una fase ya avanzada, apuntes sobre sus personajes, ensayos, relaciones con actores y productores, etc. No muestra demasiada indulgencia con su propia persona, se burla de su exceso de seriedad, se trata a sí mismo de imbécil y lucha contra sus tormentos psicológicos, que en varias ocasiones requirieron hospitalización. En 1976, cuando lo detienen en pleno ensayo porque la administración fiscal sospecha de irregularidades a su productora –el caso, muy mediatizado, finalmente se sobreseyó–, se hunde en una profunda depresión y se exilia a Alemania, donde, a los 58 años, acepta rodar por primera vez en inglés: El huevo de la serpiente fue un fracaso comercial. “Es hora de que a la gente empiece a dejar de gustarle Bergman...”. Entonces es cuando se dedica a componer un fresco sobre la infancia, Fanny y Alexander (1982), que se convertirá en su obra maestra.
La editorial francesa Les Fondeurs de briques prosigue la publicación de las obras de Max Aub (3) con otra gran figura del mundo del cine. Luis Buñuel, roman (4), libro al que se dedicó durante el año anterior a su muerte (1972) y que quedó inacabado, no es tanto una biografía como un ensayo personal, compuesto en parte de entrevistas con su amigo Buñuel y en parte de textos que enmarcan la obra del cineasta en el contexto de las vanguardias españolas y europeas del siglo XX. Asimilado a la generación del 27, grupo literario del que formaron parte, por citar solo unos nombres, los poetas Jorge Guillén, Rafael Alberti y Luis Cernuda entre 1923 y 1927, Buñuel (1900-1983) quedó fascinado por otro de sus miembros, Federico García Lorca, con quien compartió vivencias junto a Salvador Dalí. A diferencia de la generación anterior, la llamada generación del 98 (Miguel de Unamuno, Pío Baroja), estos jóvenes artistas sentían escaso interés por la política –lo de Buñuel era más la cultura física y la entomología–. Nihilista declarado, siempre estuvo rodeado de militantes o simpatizantes comunistas, sin afiliarse nunca al partido. Su primera película, realizada en París dentro de la órbita surrealista, Un chien andalou, coescrita con Dalí, provocó un inmediato escándalo. Luego vinieron L’Âge d’or, financiada por los Noailles, y el documental Las Hurdes, tierra sin pan, que denunciaba la extrema pobreza de esta comarca extremeña. En ocasiones se ha comparado a Buñuel con otro ilustre aragonés, el pintor Francisco de Goya, quien dijo que “el sueño de la razón produce monstruos”. Aub replicó: “Pero ¿por qué el sueño? La razón, sencillamente. Buñuel así lo demuestra sin recurrir siquiera a sus artes de hipnotizador”.