Si yo quisiera permanecer en casa, viendo pasar por la televisión cadáveres de miles de personas que no son mis enemigos. Si quisiera esperar hasta que un día el agua de los barrios marginales de Madrid salga marrón del grifo, y contaminada, y haya que poner verjas como las de Melilla en las calles del centro. Si no me importaran nada el futuro, ni el presente, ni la justicia, ni el frío ni morirse, entonces sé bien qué haría con este libro: Miraría el índice, hojearía un par de capítulos, buscaría dos o tres frases normales y corrientes que, a ser posible, no me gustaran y volvería a cerrarlo, y no tardaría ni dos segundos en convencerme a mí misma de que ya lo había leído.
Si yo creyera que Fidel Castro es un loco, un maniático, un hipnotizador de multitudes y la revolución cubana un espejismo que en realidad no (...)