La atmósfera de miedo y desolación que reina en Hungría no es únicamente consecuencia de la crisis económica o de la política del gobierno de Viktor Orbán. También transmite la incapacidad de la república democrática –y del régimen liberal de mercado que la subyace– para crear un orden social más justo.
El contraste con la situación anterior a la caída del régimen comunista es llamativo: por represivo que fuera, ese poder ofrecía una seguridad social eficaz, pleno empleo, una mejor política de salud pública, entretenimiento barato o gratuito, mejores condiciones materiales de vida. Todo esto se pagaba, sin duda, con el precio de la hipocresía, la censura, la falta de opciones para el consumidor y el conformismo. El régimen se definía como “socialista” o “comunista”, pero en los hechos, se trataba de un Estado benefactor, moral y culturalmente conservador. Este introdujo en una sociedad rural y arcaica unos estándares de vida (...)