El 2 de diciembre de 2010, en Zúrich, una votación del comité ejecutivo de la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA) designa a Qatar como organizadora de la Copa del Mundo de 2022. En Doha, la capital del emirato, se produce una explosión de alegría. Las sirenas de los barcos resuenan en el puerto, las bocinas de los relucientes sedanes que bordean el paseo marítimo les hacen eco y los medios de comunicación locales celebran en bucle un reconocimiento internacional que consagra la entrada del país en la liga de los grandes. El emir Hamad bin Jalifa al Thani, padre del actual soberano, que lo sucedió en 2013, está exultante. Su reino ahora es conocido en todo el planeta.
Enseguida, llueven críticas de todas partes. Por lo que respecta al deporte, se denuncia la aberración de organizar un Mundial en un país desértico y abrasador, donde no existe ninguna pasión por (...)