Para justificar la invasión de Irak, la administración Bush utilizó tres tipos de pretextos: el primero fue, por supuesto, la “guerra contra el terrorismo” decretada a partir del 11 de septiembre de 2001: contra todas las evidencias, se presentó a la opinión pública estadounidense al presidente Sadam Hussein como cómplice e incluso comanditario de Osama Ben Laden. El segundo argumento fue la amenaza que representaban las “armas de destrucción masiva”: actualmente se sabe que las informaciones suministradas al respecto por Estados Unidos y Gran Bretaña eran falsas. A medida que esos dos argumentos se diluían, cobraba importancia el tercero: Washington prometía hacer de Irak un modelo democrático tan atractivo que serviría de ejemplo para todo Oriente Próximo.
Presentado junto a los otros dos argumentos desde el comienzo de la campaña contra Bagdad, este último fue cuidadosamente propagado por los “amigos neo-conservadores” de la administración Bush, muy activos en torno al Pentágono. (...)