Robert B. Pippin es un filósofo estadounidense, especialista en Georg W. F. Hegel, que prolonga su cuestionamiento filosófico escribiendo también sobre cine (Douglas Sirk, Hitchcock, etc.). Philosophie politique du western (1) se asienta en una atractiva doble premisa. Primero, que cualquier filosofía política que se precie debe fundarse en la psicología política, que trata de comprender las condiciones y motivaciones que llevan a los individuos a adherirse a un contrato social en el que se comprometen y que los compromete. Segundo, que las obras de ficción pueden tener un papel fundacional en el establecimiento de una psicología política; como tales, su interpretación no es “ilustrativa o meramente preliminar, sino que constituye [por sí misma] una obra filosófica”. El libro reúne tres brillantes ensayos, cada uno de ellos dedicado a un clásico del cine del Oeste: Río rojo (Howard Hawks, 1948), El hombre que mató a Liberty Valance (John Ford, 1962) y Centauros del desierto (John Ford, 1956). Una “labor interpretativa” en la se conjuntan sin reñir meticulosidad y vigor conceptual.
El hilo conductor de estos tres ensayos estriba en la idea de que el contrato político “fraternal, humanista e igualitario” no es más que la forma amable del gobierno “patriarcal y carismático” (Río rojo), establecido a raíz de un acto fundacional “ilegal, violento, injusto” y psíquicamente reprimido (El hombre que mató a Liberty Valance y Centauros del desierto). Según Pippin, lo que hacen las tres películas no es mitificar la fundación de un orden liberal y humanista, sino deconstruir las narrativas que participan de esta mitificación.
¿Pero por qué, entre todas las obras de ficción que podrían contribuir a la psicología política, elegir este género? Contestando a esta pregunta tal vez se pueda explicar el renovado interés actual por una filosofía política de las películas del Oeste, plasmado en publicaciones y películas. Así, un libro que recoge las ponencias de un congreso dedicado a John Ford (2) ofrece tanto análisis precisos de secuencias como lecturas transversales por parte de filósofos, politólogos y especialistas en estudios cinematográficos. El cineasta británico Axel Cox (Sid y Nancy) ofrece un panorama detallado y valioso de los logros y problemáticas del spaghetti western, que a menudo es muy político (3) –un saludo para Damiano Damiani, los tres Sergios, Corbucci, Sollima... y Leone–. Y, por último, hay películas de nuevo cuño: First cow (2020), de Kelly Reichardt, y El poder del perro (‘The Power of the Dog’, 2021), de Jane Campion, galardonada con el Oscar a la mejor dirección, además de la nominación a mejor película.
El poder del perro, un thriller psicológico a la vez que un western político, muestra que el registro clásico “patriarcal y carismático” –o la “masculinidad tóxica” para usar un léxico más contemporáneo– ya no es operativo, y que incluso puede ser una máscara: el héroe interpretado por Benedict Cumberbatch (versión 2.0 de John Wayne), dueño de un rancho en la Montana de la década de 1920, no es el heterosexual que publica, y el lazo que se ha trenzado ya no es sino el arma indirecta de un crimen que pronto termina bajo una cama. First Cow (4) está ambientada en Oregón, un siglo antes, entre tramperos. Parte del caso de dos amigos que roban una modesta cantidad de la leche que da la única vaca del estado, propiedad de un inglés, para poner en marcha su pequeño negocio, y se remonta, animado por un impulso rousseauista, a los orígenes del capitalismo, sugiriendo un rumbo alternativo que podría haber dado lugar a otra forma de contrato social, capaz, quizás, de concitar la aprobación actual. Los westerns de Reichardt y Campion no desmitifican: invitan a reconstruir una adhesión a los valores humanistas.