Juan David tenía 12 años cuando comenzó robando bolsos, 16 cuando se convirtió en asesino a sueldo a disposición de narcotraficantes, 17 cuando ingresó en las filas de un grupo armado ilegal y 22 cuando se me acercó al final de una conferencia en Medellín (Colombia) a finales de 2004, en la que se planteaba una formula alternativa para la reinserción de combatientes al final de un conflicto armado.
No paraba de hablar. Relataba sin reservas ni pudor, los detalles espeluznantes de su participación en crímenes tan graves como desapariciones y masacres, torturas y el bloqueo alimentario de municipios enteros, todo esto dirigido especialmente contra civiles indefensos. Esmerándose por exorcizar un pasado que ahora le perseguía, Juan David confirmaba una vez más que el ejecutor termina abrumado por el ejercicio del horror, como deshumanizado por su propia mano. Sufría pesadillas, tenía dificultades para dormir y describió síntomas de lo que a (...)