El pasado 16 de marzo se han cumplido 10 años de la muerte de quien fuera uno de los actores fundamentales del devenir histórico e intelectual de nuestro país: José Vidal-Beneyto, Pepín. Figura inclasificable y torrencial, aunaba la doble condición de intelectual comprometido y hombre de acción. Desarrolló una sociología crítica, que rompía moldes y abría nuevos caminos en los estudios de la comunicación, de los mass media y de la cultura. Demócrata de primera hora militó contra el franquismo y a favor de Europa como solución a la dictadura española, pero pronto fue crítico con la deriva política de la Transición en nuestro país y con una Europa que abrazaba el credo neoliberal. Su concepción de la sociología, como “ciencia de la libertad”, (Carlos Taibo), como crítica social al servicio del cambio social fue el resorte de su enorme producción intelectual. A esta misma concepción obedece también, la creación de instituciones de docencia e investigación sociología como CEISA, en una época en que esta ciencia social era cuestionada por el régimen, y así mismo de múltiples espacios y plataformas de debate intelectual y de acción política y ciudadana.
Un vida a contracorriente es el expresivo título que Vidal-Beneyto había concebido para a una obra autobiográfica que no le dio tiempo a concluir. Concediendo casi con dicho aniversario se publica un interesante libro (1) firmado por la investigadora Irene Liberia que se apoya en el plan trazado por el sociólogo. Una ambiciosa biografía que permite orientarse en los avatares de la intensa y larga vida, de este viajero cosmopolita, autor de una obra enciclopédica que 82 años seguía publicando libros, artículos periodísticos, y comprometiéndose en proyectos de cambio social. El libro, muy documentado, surge de una investigación, que contó con el apoyo de quien fuera compañera y cómplice de Vidal-Beneyto durante 40 años: la socióloga Cècile Rougier, que puso a su disposición archivos, textos inéditos etc.
Nacido en 1927 en Carcaixent en el seno de una exitosa familia de exportadores de cítricos, utilizó los contactos familiares para abrirse camino en Francia. En sus primeros viajes a París a finales de los años 40 establecerá contacto con el exilio español republicano, lo que supone en palabras de Ignacio Ramonet y Ramón Lobo su primer “flechazo” con el socialismo. En la Sorbona recibe el magisterio de Merleau-Ponty, una lección que más allá de la impronta fenomenológica, le confirmará la pertinencia del ideario y la ideología socialista. Tras su paso por el OPUS DEI, Pepín abandona la fe. Su compromiso es ahora con los proyectos políticos radicales, aunque sin abrazar la militancia partidista pues rechaza dejar una iglesia para abrazar otra. En palabras de Morin sustituye el combate por la salvación espiritual por el de la “emancipación de la humanidad”. Su conversión política izquierdista, siguen diciendo Ramonet y Lobo, cuenta con otro importante episodio. En los primeros años 50 participa las luchas universitarias. En los intentos de reconstrucción de la FUE, el sindicato universitario prohibido por el régimen, y así mismo impulsará el Congreso de Escritores de 1956.
Cambridge y Heidelberg, donde coincide con Manuel Sacristán, constituyen otras de las etapas de su singular formación intelectual. En Frankfurt es alumno de Theodor W. Adorno. Y conocerá y tratará también al último gran exponente de la escuela Jürgen Habermas, de quién recibe una fuerte influencia.
Su particular novela de formación se completa en el Madrid de los años 40 y 50, donde es asiduo a las tertulias literarias y cafés filosóficos. En el café Gambrinus y en el Gijón frecuenta a Emilio LLedo, Rafael Ferlosio, José María Valverde, Ignacio Aldecoa, Luís Martín Santos etc. y con ellos comenta y lee las obras de Sartre, Heidegger, Joyce, Thomas Mann etc.
En el contexto de las actividades proeuropeas en 1961, Pepín conoce al sociólogo francés Edgar Morin, que le introducirá en el grupo de intelectuales (Lefort, Barthes, Castoriadis etc.) que publica la revista Arguments. Dicho grupo se caracterizaba por la crítica del socialismo estalinista y militaba intelectualmente a favor de un socialismo democrático.
En el año 62 es uno de los grandes impulsores, junto con Gironella del denominado “Contubernio” de Munich. En un clima todavía guerracivilista en España, a sus buenos oficios se debió en gran medida el encuentro entre el antifranquismo del interior y del exterior, y la exigencia de superación del régimen. El cónclave opositor tuvo un fuerte impacto político y mediático; y Pepín, cuyo nombre clandestino en la época era “Sr. Zabala”, tuvo una gran implicación. Transportó en coche y pasó clandestinamente la frontera a muchos de los participantes indocumentados y les proporcionó vivienda tras el obligado exilio en París. En aquellos años llegó a disponer hasta de tres pasaportes falsos.
A este primer exilio en París, seguiría una segunda expatriación forzosa como consecuencia de su protagonismo en la Transición y particularmente en la Junta democrática a partir de 1974. Una participación decisiva que sin embargo no ha recibido el reconocimiento que merece. Según sentencia Ignacio Sotelo: Pepín “fue muy maltratado en la Transición”. Lo cierto es que en contra sus expectativas este proceso no tuvo el carácter de cambio modélico que se le ha atribuido. Al triunfar la línea de la reforma pactada no se produjo una verdadera ruptura con la dictadura franquista. En rigor hubo una “autotransformación del franquismo” que en buen medida se legitimó por el sepultamiento de la memoria de quienes lucharon por la ruptura. A este respecto en una entrevista realizada en EL País con motivo de la aparición de su texto Memoria democrática en el 2007 señalaba: “Un somero análisis de la España actual y de su clase dirigente nos remite a los mismos nombres, los mismos bancos, las mismas familias. Y quizás, lo que es más grave, a los mismos modelos y los mismos valores.(..) Perdimos pues esa ocasión, y hoy estamos empantanados en la corrupción”. Del franquismo a una democracia de clase (1977), Diario de una ocasión perdida (1981) etc. son algunos de los muchos textos que publicó sobre la Transición. Una cuestión a la que volverá años después en Memoria democrática (2007) y que para él continuó siendo objeto de debate hasta el final.
CEISA (Centro de Enseñanza e Investigación) creado en el año 1965 es la primera de las muchas fundaciones y proyectos que animaría a lo largo de su larga vida. Fue un espacio inédito de investigación y docencia sociológica, que dio cabida a Agustín García Calvo, Enrique Tierno Galván y José Luis L. Aranguren, los profesores expulsados de sus cátedras por el régimen por solidarizarse con la protesta estudiantil. De manera general congregó a algunos de los autores principales de las artes, la cultura y de las diferentes orientaciones y campos sociológicos (Jesús Ibáñez, Mario Gaviria etc.) que luego desarrollarían importantes carreras profesionales. Más tarde en Le Monde diplomatique recordaría que en aquella época oscura CEISA se había mantenido firme en “su voluntad rupturista con los usos académicos dominantes, cuestionando radicalmente el sistema y apostando por el paradigma que postulará algunos años más tarde la contestación estudiantil de Berkeley del 67, y de mayo del 68 en Francia”. Ciertamente durante sus casi tres años de existencia funcionó de manera autogestionaria, sin exámenes y sin exigencias previas de titulación, pero a pesar de su reconocimiento internacional, por su militancia antifranquista fue cerrada abruptamente por la dictadura.
En el campo de la política institucional, a pesar de sus discrepancias con el carácter representativo del certamen electoral, Pepín se presentó como candidato independiente por Alicante en las primeras elecciones democráticas del 77 en la listas del PSP, de Tierno Galván. La biógrafa reseña su intenso activismo, el enorme número de mítines que protagonizó, su fuerte polémica con el obispado y su defensa del programa de un partido que según él se situaba en la línea revolucionaria.
En la sociedad “hipermediatizada e hipermencantilizada” en la que vimos. En un mundo en los que los medios de comunicación, dominados por grandes oligopolios privados, constituyen un verdadero poder –un poder con capacidad de configurar la sociedad y la opinión pública mundial–, Pepín cuestiono su pretendido carácter neutral desarrollando una sociología crítica de la comunicación. El sociólogo se implicó progresivamente en la batalla de los medios a partir de los años 70, defendiendo su democratización e impulsando proyectos de información alternativa. En su opinión, en la lucha democrática, los medios juegan un papel esencial. Amén de su participación como tertuliano en programas de radio y televisión, y de que publicó en diferentes tipo de periódicos y revistas, como La Calle, Le Monde diplomatique, etc , perteneció al núcleo fundador de El País, del fue estrecho colaborador y accionista. Aunque persistió con sus columnas hasta el final, rechazó la evolución de su línea editorial. Y es que el diario había perdido su mordiente crítica de la Transición convirtiéndose progresivamente en lectura obligada –en “referencia dominante”– de las nuevas élites sociales.
Sus artículos en El País (con las publicaciones académicas, e intervenciones etc.) conforman una imprescindible y rigurosa sociología e historiográfica reciente de nuestro país. Desde esta privilegiada tribuna periodística en los 70 ejerció de crítico inmisericorde del nuevo orden político y social surgido de la Transición (que él denominaba “Transición intransitiva”) en el que la representación popular se convirtió “en un ‘paraban’ de la voluntad de los partidos”. Una denuncia que a partir de los 80 y 90 se concentra en la globalización neoliberal y el dominio del pensamiento único, a cuyos cantos de sirena han sucumbido la izquierda en el poder y buen número de intelectuales.
En La corrupción de la democracia, publicado a título póstumo en el 2010, prosigue con pulso firme su dictamen pesimista respecto a la involución progresiva y la derechización creciente de las democracias capitalistas occidentales. Ignacio Sotelo, que participó en la presentación del libro señaló que posee un carácter “de testamento ideológico”. La corrupción de habla aquí afecta a la naturaleza misma de la democracia que ha devenido “vendida y criminal”. Y es que estamos ante un proceso de degradación social de carácter sistémico y generalizado. Como sociólogo su dictamen no se queda en superficie del problema. La corrupción que afecta a la "sociedad, elites, e instituciones" remite como su fundamento último a la lógica del capitalismo. Un capitalismo sin reglas que secuestra la democracia y produce una corrupción sistémica. En consecuencia concluye el texto: “La democracia se nos ha muerto de frustración, de apatía, de hipermediatización publicitaria, de adicción al poder. Lo que ahora tenemos ante nosotros es su cadáver y todos sabemos que lo único que cabe hacer con los cadáveres es enterrarlos o resucitarlo”.
Irene Liberia subraya que las dos líneas de fuerza del pensamiento y la acción de Pepín fueron la lucha por la democracia, teniendo por centro la participación ciudadana, y así mismo el combate por una Europa democrática, social, ecológica y abierta al mundo. Sin embargo, en vista de la deriva mercantilista y burocrática comunitaria Pepín se decantó por el “no” en el referéndum europeo del 2005. Su posición se refleja contundentemente este texto publicado en El País: “una constitución que no es ciudadanamente constituyente está viciada de origen (...) El texto que se nos somete, elaborado y aprobado, como ya sucedió con la Constitución española, de espaldas a la calle y secuestrando a la sociedad civil y a la opinión pública (...) responde exclusivamente a la lógica de los Estados y a su obsesión cratológica".
Señalaba Fernando Álvarez-Uría, con motivo de la presentación en el Círculo de Bellas Artes del texto mencionado: La corrupción de la democracia, el paralelismo en la evolución sociológica y política de Pepín y Pierre Bourdieu. Con la edad, a diferencia de lo que suele ser habitual, tanto uno como otro sociólogo, se fueron radicalizando políticamente, llegando a comprometerse con las causas de la izquierda alternativa. Ciertamente Vidal-Beneyto, desde las páginas de Le Monde diplomatique apoyó y avaló el movimiento altermundialista desde el principio, y así mismo fue cofundador de ATTAC. En esta misma línea radical en los últimos años lanzó varios espacios de acción ciudadana y de debate intelectual. El último de ellos fue la Cooperativa de ideas Walter Benjamin, que respondía al mismo espíritu antiacadémico y antiinstitucional del filósofo de Frankfurt. La Cooperativa “buscaba desde el primer momento la asociación con los colectivos más pugnaces y afines a nuestro planteamiento y problemática, tales como ATTAC, Asamblea Feminista, CPS, Ecologistas en Acción, El Viejo Topo, En Lucha, (..) Rebelión, Sin Permiso, Viento Sur, etc”. Y tiene “como propósito principal combatir el déficit ético, poner fin a la miseria ideológica, superar la impotencia teórica, y oponerse a la regresión social y política que dominan las sociedades civiles y el espacio público mundial”.
Este ambicioso desafío forma parte del exigente legado que nos deja este pensador singular, este activista infatigable, autor de un obra valiosa e inmensa, y de una vida ejemplar. En continuidad con su vibrante trayectoria Pepín nos convoca a participar como ciudadanos en el espacio público y a crear redes resistencia y de pensamiento crítico para hacer surgir una democracia radical y participativa con que frenar el ascenso imparable del capitalismo globalizado y depredador. Es decir: a mantener vivo el espíritu de la utopía.
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