Llegué a Donetsk el 20 de febrero con la idea de describir la tragedia que sufre la población civil del Donbás y también para ofrecer un contrapunto a la histeria de los medios de comunicación.
Vivo en un piso que he alquilado por unos días. La ciudad se ha quedado sin agua caliente. Nos dicen que las tuberías han sido parcialmente destruidas. Hay que pasarse un buen rato haciendo cola frente a los depósitos. Donetsk está bastante tranquilo: poca gente sale a la calle, muchos habitantes han sido evacuados. Me cruzo a menudo con hombres movilizados que parten hacia el frente en pequeños grupos. Por todas partes se pueden ver carteles como “El Donbás es ruso”, “Ganamos en 1943, ganaremos ahora” con consignas de la época de la Gran Guerra Patria. En las calles y en los mercados, la “milicia popular” captura a los hombres que han alcanzado la edad de reclutamiento. Han parado hasta nuestro coche para inspeccionarlo. Hemos aprovechado un momento de despiste para escapar. Muchas mujeres ya no dejan salir a sus maridos e hijos. Durante la noche, nuestro chófer ha sido movilizado a pesar de su estado de salud y de no tener la “nacionalidad” de la “República Popular de Donetsk” (DNR, por sus siglas en ruso). Acaba de llamar para decirnos que finalmente le han dejado marchar. La hija de mi colega nos cuenta que su antiguo jefe se ha visto obligado a ir al frente pese a padecer diabetes.
La situación es realmente muy difícil. Estar aquí supone una gran carga psicológica. Por un lado, todo se mueve rápido. Por otra parte, nadie sabe exactamente lo que está pasando. Circula mucha información, especialmente en Telegram, sin que se sepa quién realmente la difunde (canales privados, organizaciones no oficiales, periodistas, voluntarios, etc.). También hay muchísimas noticias falsas. Por eso solo voy a contar lo que yo personalmente he visto. También es lo único que me permitirá poner algo de orden en mis pensamientos e intentar librarme de este ambiente desestabilizador.
Nunca me hice ilusiones sobre el poder local. Pero nada más llegar constaté cómo funciona el régimen del “mando cerril”. Por ejemplo, para entrar en la DNR desde Rusia, se necesita una acreditación de prensa. Conseguimos una carta en la que se nos concedía esta acreditación, pero en la que se nos pedía que fuéramos a Donetsk para conseguir los papeles. En la frontera, sin embargo, los militares nos dijeron que la carta no valía. Nuestro contacto inicial se negó a enviar las fotos para las acreditaciones porque su superior no estaba allí. Tras múltiples llamadas telefónicas a altos mandos, finalmente se nos permitió pasar. Pero no es este el único ejemplo. Para hablar con un médico en Donetsk, hay que llamar al Ministerio de Sanidad. El médico jefe nos explica que lo único que puede decir es que “todo va bien” y que “no les falta nada”. Si un médico de a pie acepta responder a nuestras preguntas, el médico jefe se sitúa detrás del periodista y le hace señas al entrevistado.
Hemos ido a las zonas bombardeadas alrededor de Donetsk. Allí conocimos a un maestro de escuela. Para poder hablar con nosotros, tuvo que pedir permiso a su director, que a su vez telefoneó al Ministerio, que finalmente se negó. El profesor finalmente accedió a hablar con nosotros, pero no en la escuela y bajo condición de anonimato. También nos reunimos con el líder del Partido Comunista del Donbás (el único partido político de la DNR). Se muestra muy crítico con estas prácticas: “Es imposible construir un Estado cuando nadie se atreve a asumir la más mínima responsabilidad”, exclama. La mayoría de las veces hablamos con civiles, ya que los demás no son muy habladores. Hemos conseguido, pese a todo, obtener testimonios de algunos soldados (e incluso de un francotirador francés).
También hemos ido a Yasynuvata, en la línea de frente. Nuestro objetivo era grabar los testimonios de las víctimas de crímenes de guerra que viven en el Donbás. Antes del reconocimiento de la DNR por parte de Rusia el 21 de febrero y de la intervención del ejército ruso, la población vivía con una profunda sensación de abandono por parte de la “comunidad internacional”. Se presentaron denuncias de distintas partes civiles ante la ONU, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos y la Corte Penal Internacional. Algunas de estas organizaciones reconocieron que las reclamaciones eran de su competencia y estaban fundamentadas. Pero también señalaron que el procedimiento exige que las víctimas busquen primero justicia en su propio país, es decir, en Ucrania... Al mismo tiempo, los disparos se han intensificado en el frente. Hemos visto a personas heridas, casas destruidas, cráteres de explosiones con fragmentos de bombas en los jardines de las casas.
Hemos preguntado a las personas con las que nos reunimos qué piensan de la decisión del presidente ruso Vladímir Putin de reconocer a la DNR. Todos nos han dicho que esperaban cambios positivos. Cuando les pedimos que den ejemplos concretos, afirman que el comercio se desarrollará y que habrá una embajada rusa. Será más fácil obtener pasaporte ruso, considerando que hoy hay que ir a Rostof. Y el caso es que el pasaporte ruso es necesario, entre más cosas para obtener una pensión de jubilación.
Hemos estado en los lugares de combate y en las zonas de Donetsk que han sufrido recientemente impactos de lanzacohetes Grad. En Górlovka y Zaitsevo, hemos tenido que escondernos. Hemos visto muertos y daños en la planta de agua. El domingo estábamos en Debáltsevo, donde hubo un fuerte intercambio de fuego la antevíspera. Allí estábamos muy cerca de las ráfagas de los Grad. Nuestra intención es adentrarnos después en los territorios donde se están produciendo los combates cerca de Volnovaja.
Hay determinadas cosas que prefiero no escribir aquí. Prefiero no compartir mis emociones. Pero de lo que no cabe duda es de que vamos a vivir un periodo muy delicado.