Un exministro de Economía socialista que, más tarde, crearía un partido liberal a su imagen y semejanza detalló un día el arte de crear una sociedad de mercado: “No intente avanzar paso a paso. Defina claramente sus objetivos y acérquese a ellos mediante saltos cualitativos hacia adelante para que los intereses sectoriales no tengan tiempo de movilizarse y hundirle. La rapidez es esencial, nunca irá demasiado deprisa. Una vez que la aplicación del programa de reformas comience, no se detenga hasta que esté finalizado: el fuego de sus adversarios pierde precisión cuando tiene que apuntar a un objetivo que se mueve sin parar”. ¿Emmanuel Macron? No, Roger Douglas, que en noviembre de 1989, en Nueva Zelanda, revelaba las recetas de la contrarrevolución liberal que su país acababa de vivir (1).
Cerca de treinta años más tarde, el presidente francés retoma todos los antiguos hilos de esta “estrategia de choque”. SNCF (2), administración pública, hospitales, escuelas, derecho laboral, fiscalidad del capital, inmigración, sector audiovisual público: ¿hacia dónde mirar y cómo resistir cuando, con el pretexto de la catástrofe que se avecina, de la deuda que estalla, de la “deshonra de la República”, el engranaje de las “reformas” gira como una turbina a pleno rendimiento?
¿Los ferrocarriles? Un informe encomendado a un compañero desempolvaba el inventario de las oraciones liberales insatisfechas hasta entonces (fin del estatuto de los ferroviarios, transformación de la empresa en sociedad anónima, cierre de las líneas deficitarias). Cinco días después de su publicación se inició una “negociación” para maquillar el diktat que se quiere imponer a los sindicatos. En efecto, conviene aprovechar sin demora el clima de desmovilización política, de división sindical, de exasperación de los usuarios ante los retrasos, los accidentes, la vetustez de las líneas, el elevado precio de los billetes. Puesto que la “urgencia de actuar” que menciona la ministra de Transportes está ahí. Cuando se presenta la ocasión, “nunca irá demasiado deprisa”, insistía ya Roger Douglas.
El Gobierno francés cuenta igualmente con las fake news de los grandes medios de comunicación para diseminar “elementos lingüísticos” favorables a sus proyectos. Además, la idea –lanzada con rapidez e inmediatamente asimilada– de que “la SNCF cuesta 1.000 euros a cada francés, incluso a aquellos que no viajan en tren” recuerda, hasta el punto de confundirse, el famoso “cada francés pagaría 735 euros por la supresión de la deuda griega” que, en 2015, contribuyó a la asfixia financiera de Atenas por parte de la Unión Europea.
A veces, la verdad estalla, pero demasiado tarde. Se han justificado varias “reformas” de las jubilaciones con el aumento general de la esperanza de vida. No obstante, un estudio oficial acaba de concluir que, “para las generaciones de 1951 y las posteriores”, es decir, un 80% de la población francesa, “la duración media esperada del periodo de jubilación debería disminuir un poco con respecto a la generación de 1950” (3). En otras palabras: un progreso histórico acababa justamente de invertirse. Este tipo de información no ha martirizado nuestros tímpanos. Y Macron no nos ha alertado de que sería “urgente actuar” en este frente…