Hoy por hoy, al convertirse por fin Francia en el foco de atención, la responsabilidad de Bélgica en el genocidio ruandés ha pasado a un segundo plano. Sin embargo, el papel de la antigua potencia colonial no es cosa de un puñado de años, sino de varias décadas: desde que, tras la Primera Guerra Mundial, la Sociedad de Naciones pusiera bajo tutela belga dos antiguas colonias alemanas, Ruanda y Burundi.
Al mando, desde la distancia, de dos pequeños países de los que no sabían nada, los belgas decidieron ejercer una administración indirecta y apoyarse en las estructuras locales, en este caso un poder feudal de derecho divino dominado por el mwami (soberano). Con pocas ganas de esmerarse por unos territorios mucho más pobres que el inmenso Congo del rey Leopoldo II, llamaron al rescate a los Padres Blancos de África, para que la evangelización se convirtiera a la vez en un (...)